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Sembrar conciencia

Sembrar conciencia

Cuando somos conscientes de nuestro entorno, de nuestras raíces y de cómo nuestras decisiones nos afectan a todos los que coexistimos en este planeta, es cuando existe una verdadera transformación. Que lejos de verse desde la perspectiva paternalista que sugieren los gobiernos, se tiene que voltear a ver las propuestas de la comunidad y sus necesidades para lograr estos cambios, que parecen a veces tan lejanos como adversos. Y esa es, precisamente, la encomienda. ¿Cómo lograr acercarnos a solucionar problemáticas enquistadas en nuestras sociedades?

Hablando de las crisis a las cuales nos enfrentamos debido a la sobre explotación de los recursos naturales, nuestros malos hábitos, el voraz consumismo, la producción desmedida de basura, el sedentarismo, la inmediatez, el exceso de información y la desinformación en las redes sociales; y reflexionando desde la idea de que la resiliencia forma parte importante de nuestra historia como pueblos, tomar en cuenta nuestras aptitudes y habilidades para sobrellevar momentos adversos, y en el caso muy particular de El Salto y Juanacatlán, que han sido históricamente previstos como territorios de sacrificio, pues llevan decenas de años sumergidos en una crisis ambiental y de salud, vale la pena decir que la comunidad organizada está marcando ya el rumbo de la historia. 

Debe ser prioridad el cuidado del medio ambiente, la defensa del territorio, la educación ambiental, la cultura y el arte como forma de expresión de nuestra identidad, pero también las nuevas formas de acercarnos, de mostrar nuestra empatía como camino seguro hacia un mejor futuro, digamos un escenario menos apocalíptico. 

El año pasado en Juanacatlán se frenó el proyecto de una termoeléctrica. Las comunidades de El Salto y Juanacatlán se unieron para impedir el paso a la compañía Fisterra Energy, que amenazaba la salud y al ecosistema, a causa de la extracción del agua del territorio. Es cierto que de no haberse organizado este movimiento la historia de devastación de estos pueblos quizás se estaría repitiendo. 

Las postales maravillosas que nos regalaba la cascada El Salto de Juanacatlán no son más que la nostalgia que sentimos todos al cruzar el puente. Ver y respirar en estos pueblos, se ha vuelto la antesala de lo que le espera al mundo si no cambiamos nuestra forma de ver la realidad, de integrarnos como seres humanos que protegen y respetan la vida, el agua, la flora, la fauna, la tierra, su alimento. En realidad las cosas no van a cambiar desde arriba, es desde abajo que tenemos que hacer que esto suceda, que seamos la fuerza de decir ya basta, que además de levantar la voz podamos proponer en comunidad, la propia palabra nos lo dice. 

Solo así, sembrando conciencia desde la comunidad organizada, construyendo nuevas formas, nuevos espacios para crear propuestas, compartiendo ideas y experiencias auto-gestivas, solo así podremos sortear lo que se avecina. Tenemos que empezar con nuestros niños, comencemos a abrirles otros caminos, a darles herramientas básicas para hacer el cambio. Y hay que hacerlo ya, tenemos que educar a los más pequeños y debe ser con nuestro ejemplo. 


Sobre la autora: Angélica Barba es habitante de Juanacatlán y activista ambiental.

*Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de La Cascada*