Pedro y la mantarraya gigante (Capítulo 3 y 4)

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Capítulo II
La familia de Pedro trabajaba para sí misma, con el propósito de comer ellos, vender a las familias y negocios locales, y regalar a aquellos que se quedaran sin trabajo. Todos en el pueblo los querían y respetaban.
En las reuniones familiares de los fines de semana hacían una fogata al centro del patio. Todos los hombres se sentaban alrededor y contaban las mejores historias, las mejores anécdotas. Algunas sonaban como de cuento, otras fantasía, otras con misterio, pero todas del mar y sus criaturas.
Regresó Pedro a la casa y ya habían llegado muchos familiares, venían cargados de comida, aguas frescas y postres.
La casa aunque sencilla, estaba muy limpia y recogida. Olía a madera y plantas, la brisa del mar invadía la casa, más que como un invitado, como un familiar. La madre de Pedro era aficionada al mar y la naturaleza.
Había muchas decoraciones de caracoles enormes del tamaño de un perro, y sobre el arco que daba de la cocina al patio; colgaban unas campanas de viento por así llamarlos, pero eran conchas de distintos colores y tamaños. Con solo verlo y escucharlo, envolvía con sus sonidos en un ambiente de armonía, alegría y total relajación.
Un sonido más bello aún fue la voz de la madre de Pedro, quien Interrumpió la melodiosa vibración de su campana de viento, para llamar a Pedro a comer. Pedro vio la mesa servida y pegando un alegre y efusivo grito, dijo a su mamá que pronto se serviría un plato. Festivo, y jubiloso corrió a saludar a todos sus familiares.
Capítulo III
Una vez ya en el patio vio a todos ya sentados en circulo, alrededor de una fogata platicando sus aventuras y desventuras en el mar. No había cosa que no hubieran visto en el misterioso mar; desde neblinas que asomaban islas y al desvanecer también lo hacían esas islas, hasta buques de guerra o barcos fantasma, solos y vacíos.
Pero nada de eso les interesaba platicar, ellos adoraban platicar sobre las criaturas fantásticas y asombrosas que ellos ya habían visto antes de que salieran en los documentales de la tv.
Comenzó a platicar un tío sobre la ballena gigante que no interactuaba con las demás, era la más gigante que había visto en su vida, pero su sonido sonaba como un canto triste.
Otro tío recordó la vez que una tormenta eléctrica lanzó un rayo sobre un barco de pesca con la mejor y más avanzada tecnología, perteneciente a una muy afamada cadena pescadora; el moderno barco se quedó sin electricidad, sus computadora se apagaron, tenían linternas, pero se descompusieron las máquinas, algunas puertas automáticas, controladas por paneles se atascaron. Llevaban perdidos algunos días, hasta que llegaron los parientes de Pedro con sus lanchitas pequeñas de motor. Los encontraron y rescataron, antes que los mismos guardacostas.
Tomó el turno al tatarabuelo, era ya un anciano, de más de casi 102 años, la fragilidad de su cuerpo se compensaban con la sabiduría y fuerza de espíritu que proyectaba. Su cabello era como un gigantesco algodón blanco, su rostro y manos delataban su edad y profesión. Su piel morena y bronceada por tantas horas, mañanas, y atardeceres, tantos días, semanas, meses, años de sol.
Orgullosamente denotaban su experiencia en el mar. Se acomodó su dentadura postiza y platicó que antes había cocodrilos gigantes en el mar, y supo que en una guerra, una vez un cocodrilo gigante del tamaño de una ballena salió debajo de un barco mediano y lo giró totalmente, todos cayeron al mar, y quedó registrado en la bitácora del capitán. Al terminar de contar su historia bebió sorbos de su delicioso café veracruzano, con dos cucharadas de azúcar, como le gustaba.
Pedro aprovechó y corrió a la cocina por un plato; colocó algunos camarones empanizados, otros con coco y también colocó pescado empanizado, y algunos camarones al ajo. Les agregó salsa de piña con habanero, también tomó algo de lechuga y pepino, haciéndoles espacio en su plato, acomodó todo como fotografía de recetario, los aromas que salían de su plato, alegraban cualquier estómago. Se acercó a los garrafones de agua fresca; había agua de pepino y apio, Jamaica y mango; y tomó un vaso de rica agua de mango.
Pedro disfrutó de su platillo acompañándolos con unas tostadas. Posteriormente dejó el plato y el vaso remojando con agua y jabón dentro del fregadero y salió de nuevo corriendo a sentarse alrededor de la fogata con el resto de su familia.
Continuará...
Autora: Jenifer Silvia García Vélez
Sobre la autora: es oriunda de El Salto. Estudio la licenciatura en docencia de inglés como lengua extranjera.
Ama el cine mexicano de la época de oro. Comenzó a escribir cuentos, la inspira plasmar palabras que puedan motivar a las personas.
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