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Cuentos del Pueblo: Ménguero el bravo

Cuentos del Pueblo: Ménguero el bravo

Estoy parado en una zapatería del mercado. Frente a mí un hombre grande con barba tupida y de lentes negros pide limosna. Está sentado en una silla blanca al lado del que vende camotes. Sus gruesos brazos sostienen una caja de zapatos con un boquete mal recortado en la tapa. «Ayúdame que ya te han ayudado» alcanzó a leer en la caja. Es mi tío el Ménguero. Voy hasta él. Dejo caer una moneda que resuena en la caja. Me dice «gracias amigo». Guardo silencio por un momento. Le digo que “de nada” y me reconoce la voz. 

–Mirin ¿Cómo va mi cuento caaabrón? –dice a manera de reclamo.

–Bien. Ahí va, yo creo que en una semana más y lo termino –contesté–. Será a cuatro raunds ¿no le importa?

–Échatelo bueno ¡Eh Chingao! Que no me rajé la madre en balde.

Regreso a mi casa. Me preparo un café con licor y me pongo a terminarles de escribir esto.


Con la visión borrosa o ausente, pero con la mente lúcida, escribo aquí cuatro de los varios rounds que se dio el Ménguero en las peleas callejeras de Juana. Juanacatlán para los que no son de aquí ni de allá…

Primer raund 

–¡Ménguero! ¿Ya te dijeron que te anda buscando el karateca?

–¡Ah cabrón! Y ora quién es ese o qué Chigüila.

–Pues uno que viene desde Chicago a partirte la madre. Bueno, eso lo que se dice en el pueblo. A de ser al que le bajaste la novia que traías en las fiestas. Rosita o cómo se llama.

–No me acuerdo. Creo que se llamaba Rosenda o Rosalba. Algo así. Pero yo según no traía novio. Ps tuvo conmigo varios días. Hasta pensé en dejarla de planta.

–¡Uuuuhh! Pues parece que no pinche Ménguero. Porque el karateca de Chicago viene dispuesto a chingarte. 

–¡Qué chingarme ni que nada vale! Si no es que antes lo chingo yo cuando lo vea entrando por el puente.

–El Ménguero de Juanacatlán contra El karateca de Chicago. «Pelea estelar» ¿Qué? A poco no suena chingona la pelea.

–Tas pendejo Chigüila. Cuál pinche pelea ni que nada. Ya amonos pa’ las terrazas pues, que va a empezar el guateque.


Estábamos sentados en la plaza. Como era de cada sábado después de llegar de la chamba. Nos pegábamos un baño y nos jalábamos al cuadro. «A ver qué agarramos» decíamos. Si un cabrón pleito o una dama, ya era bueno alguno de los dos o que mejor el segundo.

Bajamos a la terraza Riviera, era día que tocaba la banda el Cerrito y no había que perderse el baile. El Ménguero, por un lado, bailaba con una güera más alta que él. Yo, por acá por mi lado, me chingaba una cerveza y un cigarro con los compas. 

–Te va a chingar Ménguero, ese cabrón es karateca. 

–El que te va a chingar soy yo por andar chingando con eso pinche Chayito.

–Yo nomás digo que deberías ponerte a entrenar. Ps pa que la tengas más fácil.

–Ps a ver qué pasa. No-nomás hay de dos, o lo chingo o me chinga.

Llego cuando el Ménguero se está despidiendo del Chayito. Me dice que ya nos vayamos para la casa. Que hay que ponerse a entrenar poquito. Son las once de la noche y aún no sale a tocar la Cerrito. 

–Pero estamos bien agusto aquí en la fiesta pinche Ménguero. O qué, ya no te agrado la güera que traías bailando.

–No es eso, no es eso. Pero ya me entro la de entrenar. No quiero ponérsela tan fácil a ese karateca.

–Será que ya sientes que se te frunce el de atrás de miedo. Porque nunca has entrenado cabrón. Por cierto, el fulano karateca se llama Norberto. 

–Norberto. Norberto. No. Pues sabe quién chingados será. 

–No es de aquí del pueblo. Es del Castillo, de la familia de los Álvarez que tienen una de materiales ahí por la carretera. 

–Ps sea quién sea. A ver qué pasa. Mientras hay que entrenar

–Me dijeron que apenas tenía dos años en el norte caaabrón. Que se fue para juntar dinero pa casarse y ya lo hiciste regresar.

–Yo que chingados ni qué nada. El se regresa ps porque quiere. Y si quiere topar por aquí andaré.

Ménguero se despide y me dice que nos vemos mañana en su casa para entrenar. Que traiga lo de siempre para preparar el gym. A lo lejos veo como se va perdiendo en la oscuridad de la noche. Lleva puesta una tejana y gabán color venado. 

–Ese cabrón va decidido Chayito. Hasta se peló de la fiesta…


Segundo raund 

Llego a la casa del Ménguero en La Playa. Desde fuera se escuchan golpes dados en algo bofo y el ruido de una cadena. Me acerco para tocar la puerta y abre su madre.  

–Buenas tardes Juanita. ¿Está Javier?

–Si mijo. Pásate. Allá esta en el corral pegándole a un costal.

Cruzo la sala y luego la cocina. Miro a dos niñas sentadas en la mesa desayunando caldito de frijoles con tortilla y leche. Luego saludo a Ramiro, el hermano menor del Ménguero. Le está dando una chaineada a sus botas, seguro que va a salir. Llego al corral y veo un costal de box colgando de un monten. Ménguero ensañado con el costal ¡zas! ¡zas! ¡zas! Le mete golpes. Se hace pa’ atrás y mueve la cabeza como esquivando volados y hace sombra arriba-abajo.

–¡Ya déjalo costal! –le grito desde la entrada. 

–¡Ora pinche chango! Sigues tú –me contesta haciendo un gesto con las manos.

–¿Qué tranza pinche Ménguero? ¿Cómo va la entrenada?.

–Ps hay va.

–Aquí está lo que me encargaste del mercado. ¿Te lo preparo ya?

–Ps ya estuvieras Chigüila. Porque ya voy empezar con las pesas.

Me senté en un costal de rastrojo y arrimé una cubeta como mesa para preparar el menjurje del Ménguero. Después corté una botella de coca para usarla de vaso y vacié adentro toda la bolsa de sangre de toro. Le rebané un gajo de cebolla adentro y le exprimí dos limones, por último le aventé un puño de sal. 

–A poco te vas a chingar esto Ménguero.

–Ps luego caaabrón. Eso da pilas y fuerza

Le pase el vaso lleno de sangre. Parecía jugo de tomate, así de espeso, pero más negrito y atintado. Ménguero se lo empina hasta el fondo y escupe el gajo de cebolla que se empaniza de tierra en el suelo.

–Ah, Chigüila tan pendejo. Era un gajo de ajo no de cebolla –me dice enojado.

–Pues es lo mismo cabrón. Sirven pa’ lo mismo –le contesto para que no le siga.

Avienta el vaso a una pila de rastrojo y se va a acostar a una cama de ladrillos. A su lado hay tres pesas hechas con botes chileros y cemento. Agarra la más larga y se pone a hacer pecho. 

–Un-dos-tres-cuatro-cinco –cuenta y retiene arriba la barra.

Le sigue con otras cinco y se escucha como echa el aire para afuera. Se levanta de la cama de ladrillos con la espalda enterregada de polvo naranja. Junta las pesas chicas y se pone frente la ventana.

–Un-dos-tres-cuatro-cinco. Un-dos-tres-cuatro-cinco.

Deja las pesas en el suelo y se pone a pegarle al costal de lona. La cadena cascabelea y cae rastrojo al suelo cada que surte los ganchos. 

La tarde se va apagando poco a poco. Los niños de adentro ya no se oyen y comienza a refrescar la tarde

–Chingao. Cada vez pego mejor. Uno-dos, uno-dos y entrando. Ya me la peló ese hijo de su puta madre… 

Tercer raund 

Se llega el día de la pelea. Todo está arreglado para las cinco de la tarde. Será allá en el cerrito. El Ménguero desayuna en el mercado conmigo. Se pará de la barra y va con el carnicero por un sangrado. Se lo chinga de un sopetón y regresa limpiándose la sangre que se le escurrió en la barba. Se para frente a mí con los ojos brillosos y se exprime un limón en la boca. 

–Ps a ver qué pasa –se dice a sí mismo. 

Llegamos cinco quince porque se nos olvidaron las puntas para picarlos si montoneaban. El karateca y sus compas ya estaban ahí. Luego y luego nos pusimos todos en circulo y empezamos a dictar las reglas de la pelea.

–¿Va a ser de parados o cómo caiga? –les pregunté.

–Como caiga –contestaron.

–¿Con llaves o sin llaves? –pregunto. 

–Sin llaves, puro toque limpio –dice el Ménguero.

–Ya está pues, amonos abriendo –dice alguien. 


El sol nos quema la espalda. Norberto el karateca de Chicago hace estiramientos. Se agacha y se toca las dos puntas de los pies, arriba-abajo, abajo-arriba. El Ménguero se truena los dedos de las manos y se quita la camisa. Los dos se van acercando a poco, tanteándose y como vacilando. El karateca se mueve como una mosca loca y hace ruidos de ¡Yiiiaaaahhh! como en las películas. Hay silbidos y mentadas. Se trenzan y Ménguero recibe dos madrazos en la cara. Sangra de la boca. El karateca se hace para atrás, va cerrándole salidas, esquiva derecha, esquiva izquierda. Sólo siente el susto de un gancho que le paso rosando la panza. 

–Sanababich –dice el karateca.

Topan de nuevo y el karateca está en la parte de arriba del cerrito. De pronto se le deja ir encima al Ménguero que lo recibe con un oper en la quijada. El de Chicago cae al suelo. Ménguero se arrima y le patea las costillas. Le empieza a entrar el puño tan sabroso en la cara. Los del Castillo se quieren meter y les saco la punta.

–¡El que se meta lo pico hijos de su puta madre! –les grito yo.

El karateca está en el suelo con la cara sangrada. Ménguero se para y empieza a buscar algo en el lugar. Lo veo que voltea para todos lados.

–¿Qué buscas pinche Ménguero? –le pregunto.

–Una pinche piedra para chingarle la cara –me contesta.

–¡Te voy a matar pinche Ménguero! –gritó el karateca desde el suelo– ¡Te voy a matar pinche Ménguero!

–Ya da por terminada la pelea Chigüila –grita uno de sus compas. 

–¡Ya Ménguero párale!

–Perate, falta el chou final –dice el Ménguero.

–¡¿Qué vas a hacer?! Ya déjalo ya está bien madreado

Vemos como con sus gruesos brazos levanta al karateca del suelo. Parecía que levantaba algo liviano, un bebé o un perrito del suelo. Lo camina dos, tres pasos y lo avienta a una pila de huizaches.

–¡Aaaaaaaaaahhhhhhhhhhhh!

Grita regacho del dolor.

–Ai nos vemos pinches hambreados –les grito a los del Castillo.


Cuarto raund

Estamos sentados en la plaza. Listos para ver qué agarramos. Volteamos a ver una muchacha y vemos al karateca dejándose venir desde la presidencia.

–Sí Chigüila. Yo sabía que este cabrón se la iba a sacar –me dice el Ménguero.

–Tú ya estás a toda ¿verdá? –le digo nervioso.

–Ps a ver qué pasa –dijo tranquilo.

Supimos que Norberto duró tres o cuatro meses en el hospital por lo de la pelea en el Cerrito. Se ve más repuesto que ese día. Engordado por haber estado tanto tiempo encamado.

–Pinche Ménguero que bueno que te veo –dice el karateca–. Desde cuando quería verte.

–Sí, yo me la maliciaba. Y pienso que te la quieres sacar eda.

–Pues no piensas mal. ¿Por qué me chingaron así?

–¿Quién te chingo?

–¿Pues cuantos me chingaron?

–No, no, no. No te hagas menso. La pelea fue de solos.

–No pero qué, qué… No me acuerdo.

–¡¿Ah deberas?! No te acuerdas lo que no te conviene. Así pasaron las cosas. Pero no léase, yo sabía que te la ibas a querer sacar. Pero te voy a decir una cosa. Si te la quieres sacar, ta güeno. Vamos a buscar un lugar onde estemos nomás tú y yo, cercas del río. Onde no nos oiga pujar nadie. Si me chingas. Me vas a chingar completo y me vas a aventar al pinche río con una piedra enredada en el pescuezo. Pa’ que ahí quede todo. Ya nadie te va chingar ni nada. Me avientas al pinche río. Y si te chingo yo a ti, eso mismo voy a hacer también yo. Nomás me dices cuándo.

–No, no chingues…

–De una vez pa’ que se acabe la chingadera. O uno u otro. Si eso quieres ¡ándale! No creas que no me esperaba esta jugada tuya.

–No-no-no. Mejor quedamos como amigos de nuevo ¿no? Mejor te doy la mano y nos damos la mano.


Tranquilitos y calladitos se saludaron de mano como si fueran amigos. El karateca se fue caminando rumbo para con el Juez y rumbo a Chicago. Nosotros nos quedamos mirando como la tarde se iba apagando poco a poco…


Ramiro Corona.

Sobre el autor: Ramiro Corona es naturalizado por voluntad como originario de Juanacatlán Jal. Su pasión por la investigación le ha permitido conocer e instruirse en diferentes universidades alrededor del mundo. Es un voraz lector de literatura, un oportunista poeta y si bien es diestro para escribir, es zurdo en su pensamiento.