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El curso de los acontecimientos

El curso de los acontecimientos

Dos de la mañana. Es el día de mi cumpleaños y camino por la angosta banqueta del puente. Me encuentro con un hombre. Y no es que uno nunca se encuentre con alguien cruzando el puente a esta hora de la madrugada, pero la posición del hombre llama de inmediato mi atención. Está parado sobre el pasamanos del puente.

No sé qué hacer. El hombre no se ha dado cuenta de mi presencia. Su mirada pérdida se dirigía hacia algo más allá; tal vez miraría el amarronado chacuaco que despedía un delgado hilito de humo que se mezclaba con el frío de las nubes. 

¿Qué debía hacer? Los más persignados de mi pueblo por supuesto que intentarían salvar al hombre. Además, si yo les planteara este problema, me aconsejarían que me acercara a él en silencio, sin perturbar su alma errante, y que con una de esas maniobras rápidas y bruscas que ejecutan los bomberos contra los suicidas, lo capturara y lo neutralizara en el suelo. Por supuesto que había pensado en ello, sin embargo, también es el día de mi cumpleaños. Más tarde recibiría toda clase de regalos, abrazos y buenos deseos. Y si tenía un poco de suerte, quizá partiría un pastel con mi nombre escrito con mermelada. Yo no quería arruinar todo eso, porque si es que fracasaba y terminaba presenciando la muerte de un hombre; el día se llenaría de interrogatorios, papeles aquí, papeles allá, el ministerio público y sus declaraciones sin sentido para aclarar que yo sólo iba caminando por el puente a las dos de la mañana el día de mi cumpleaños.

¿Qué debía hacer entonces? ¿Qué hubieran hecho ustedes? Mi mejor amigo Pepe que creé infinitamente en los destinos escritos por la vida, me habría dicho algo como que: no debería intervenir en el curso de los acontecimientos. Pues cuando uno mueve “algo” que está ligado a un “momento y lugar particular”, se puede alterar monstruosamente el curso de la historia. —Casi siempre se altera el destino de forma negativa. Por eso no hay que intervenir nada. Ni entrometerse donde no nos llaman—. 

Hacerle caso a mi amigo Pepe me convenía mucho más que intentar rescatar al hombre. ¿Qué hubieran hecho ustedes? Serían las dos de la mañana del día de su cumpleaños. Qué tal y… mi interrupción en los acontecimientos podría causar algo mucho peor. ¡Hay no! ¡Qué miedo! ¡Qué se yo! Una vez me contaron que a los días de impedir el suicidio de un hombre, este entró armado a una escuela y todo claramente fue mucho peor que si el hombre se hubiera suicidado. 

Hay una tercera opción. Se me ocurrió en este preciso instante en que miro al hombre parado sobre el pasamanos del puente. Podría acercarme en silencio, al igual que si intentará salvarlo, pero llegando muy-muy cerquita del hombre, pocos pasos detrás de él, gritaría. Saldría un grito horrible, terrorífico. Algo así como: ¡Guuuuaaaarrrrrhhhhgggg! O ¡Aaaaaaaaarribaaaaaaaaa Imperio! Qué se yo, a esta hora de la noche gritar cualquier cosa da lo mismo. ¿Quién no se caga con eso? El hombre se asustaría tanto que terminaría cayendo a la cascada. Así, de acuerdo con mi amigo Pepe, no estaría alterando mucho el curso de los acontecimientos. Vaya pues, estrictamente sí, pero sólo estaría dando un pequeño empujoncito al destino, que de todas formas es imposible de cambiar de acuerdo con Pepe.

Después de que asusté al hombre. Y vaya que no fue el gran susto que alguien te puede dar en la vida; lo vi caer al fondo de la cascada. Les confieso que me sentí un poco aliviado. Ligero y fresco. El día de mi cumpleaños iría como debería. Recibiría abrazos, regalos y pastel. Merecía un pastel, claro que sí. Después de aquel lío del puente quién no lo merece.

A mi casa vinieron toda clase de personas. Volví a ver a algunos amigos, familiares y a alguno que otro que su existencia no me importaba. Partí un gran pastel, el mejor de todos, de esos que tienen nueces y chispas de chocolate.  

Al final del día abrí mis regalos, me emocioné con cada caja, con los envoltorios misteriosos que escondían toda clase de cosas. Uno de los regalos llamó mucho mi atención, estaba envuelto en un papel extraño. Al abrirlo, me encontré con una nota de mi amigo Pepe, que decía lo siguiente: 

Feliz cumpleaños Jorge. Gracias por no alterar el curso de los acontecimientos. Con cariño. Tu amigo Pepe.

Ramiro Corona


Ramiro Corona

Es habitante de El Salto y Juanacatlán. Licenciado en Salud Pública y autor de "Cuentos del Pueblo"

*Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de La Cascada*