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El Equipo Del Pueblo

El Equipo Del Pueblo

I.

Los cuadernos de Ernesto Rojas estaban acomodados por año en el mueble de madera junto al gran televisor de bulbos. Había cuadernos de casi todos los años, desde que Ernesto se enseño a trazar un terreno de juego horizontal en la libreta de dibujo. –Eso antes de enseñarse a escribir–. El campo que dibujaba a trazos siempre era el mismo. Con dos áreas chicas, sus cuatro esquinas y una línea media que decidía partir con otra horizontal desde el punto penal de las dos porterías. Así se formaba un plano cartesiano, donde después colocaba y ajustaba a cada futbolista. Los jugadores visitantes los simbolizaba con una “X” y los locales con un “O”. A estos dos elementos siempre agregaba el nombre del jugador, la posición, el número y si tenía algún estilo futbolístico; como el lado “ideal” de tal carrilero o si el portero se “paraba adelante”. 

Cuando no veía las alineaciones en la tele las escuchaba en el radio. Era fácil ver en la sala de su casa como esa costumbre temprana alimentó el primer librero hasta llenarse. Después se necesitaron dos libreros más. Dividida en tres clasificaciones, su colección de libretas era ya una biblioteca de jugadas futbolísticas. Formaciones ganadoras, perdedoras y empatantes. Tenía casi todos los partidos jugados, salvo los que no anotaba cuando salía de vacaciones con su familia. Cada anotación, cada marcador y desenlace del equipo al final de la liga estaban ahí.


Cuando Ernesto Rojas “El Negro”, se despertó esa mañana a repasar la alineación de los partidos jugados el día anterior con un café en la mano, no se imaginaba que sería director técnico del equipo al que se presentaba a jugar. Metió en la bolsa de plástico los tacos de futbol y el uniforme, y caminó sin prisa hacia el campo. Con toda la serenidad que se le puede conceder a alguien que juega y tiene menos pendientes que quien dirige un equipo cruzó el mercado. Se le veía sonriente. En forma. Le faltaba poco para cruzar la calle donde venden los cueritos cuando escuchó un silbido detrás de él. Volteó y encontró el rostro de Don Migue, el técnico del equipo. Este le hacia señas desde la puerta de su casa. 

–¡Negrito! Qué bueno que te veo –dijo Don Migue.

–Dígame profe ¿En qué le puedo ayudar? –preguntó el Negro.

–Fíjate que hoy no puedo ir a dirigirlos porque hoy me operan de la panza –dijo sobándose–. El doctor me recomendó a mí y mi esposa que no hiciera corajes mientras no pase la operación –dijo con pena–. Así que Negro, está es la oportunidad para que armes el once sin ti. 

–¿Cómo? ¿Nada más así ya nos va a dejar? –preguntó reclamando.

–Ps sí. Qué más quieres qué te diga. Yo ni tengo tiempo de entrenarlos y aparte está lo de la operación…

Ernesto se quedó ido por un momento. En su cabeza ocurrían cosas. Buscaba dentro de ella una formación ganadora que pudiera servirle para el encuentro que dirigiría en unos momentos. Sin decir nada y con el semblante cambiado dejó a Don Migue excusándose en la puerta de su casa. Siguió su camino resuelto hacia el campo.  

II.

La mañana aún estaba aterrizando sobre el pasto. En el campo del Río Grande dos bandos discutían y colocaban los pormenores del partido. Los aspersores giraban y giraban dejando la hierba brillosa. Domingo de juego de exhibición y aún no estaba armado el equipo que habría de representar al pueblo en el Torneo de Campeones PRI México 1985. Nada cuanto se hizo valió la pena. Visorias, amistosos entre los últimos campeones de la temporada y torneos ráfaga. Se había gastado más de medio año y aún no figuraba una escuadra que defendiera el nombre del pueblo. «Se necesitan patrocinadores y que la gente crea en los muchachos» pensaba el director técnico antes de pisar el campo.

–A ver. Por aquí va ir este. Por aquí este otro.

–No. Mejor ponlo pegado a la banda, porque este cuate es carrilero.

–Por la izquierda este otro. Y de portero Nachín a ver cómo se porta.

–Ya cuádralo así Negro. Ya está llegando el otro equipo para la exhibición.

Los hombres se dispersaron hacia la banca e hicieron las últimas anotaciones en la tabla. Sale el equipo visitante al terreno de juego. El equipo local apenas discute en la banca cuál uniforme usar. Discuten, porque el once está armado por lo mejor de dos escuadras enemigas. Atlante y Río Grande. Los primeros traen desde temprano puesto el uniforme rojinegro. Los segundos lucen un azulgrana. Se les ve desorientados. Ya tienen que salir al campo pero ninguno quiere usar el uniforme del otro. El técnico se acerca molesto a sus jugadores. 

–A ver muchachos. Cuando se quiere se hace equipo. Cuando no, se hacen puras chingaderas. Ustedes quisieron venir a jugar y eso van a hacer.

–Hay que echarnos un volado y el que pierda usa el uniforme del otro –dijo un jugador–.

El arbitro comienza a desesperarse y lanza un silbatazo de regaño. 

–¿Y cuántas camisas traen? –pregunta molesto el técnico.

–Once del Atlante y ocho del Río Grande –contesta el ayudante del técnico.

–¡Zas! Ps por puros números. Hoy se usa la del Atlante hasta que no traigan completo el uniforme los del Río Grande.

Se escucha otro silbatazo. 

–¡A la cancha todos! ¡Vamos todos a la cancha! –grita el técnico. 

Los once salieron y se dispersaron por el campo vistiendo el rojinegro. Se podría decir que el partido estuvo flojo. No se lograban conectar los pases y parecía que los locales eran dos equipos en el campo. Langaros y con pocas llegadas perdían el griterío de la porra y el dinero de los posibles patrocinadores. Al segundo tiempo, algunos futbolistas ya no querían jugar. El técnico decidió meter los tres cambios reglamentarios para completar una de las escuadras que conformaban el equipo. Mejoraron poco, pero terminaron ganando el partido con un 1-0 regalado por el equipo visitante.

–¡Muchachos! Vengan todos y sienténse –dijo el técnico después que la mayoría de la gente se fue del club–. Rivalidades y rencores siempre habrá y no morirán ni en el futbol. Chivas-Atlas, América-Chivas, Atlante-Río Grande. Yo lo entiendo. Pero aquí, vinimos a jugar como El Salto. No como cada uno de sus equipos –dijo señalando con el indice al suelo–. Ahora me arrepiento de haber invitado a unos y no a otros.

Los jugadores se retiraron del club sin decir nada. Con cara de regañados y algunos de contentos, hicieron el camino de vuelta para sus casas. Sabían que pudieron haber dado mejor futbol si se hubieran hablado en la cancha y en la vida. Pocos fueron convocados al siguiente partido.

III.

–Si ya te digo Negro. Qué mejor dejes a otro dirigir el equipo. La madera de técnico se hace con los años y a ti aún te falta para eso. Para que puedas arreglar los problemas dentro del equipo. Poner un orden, pues.

–No es tanto de años Jaime. Es que los jugadores aún no se ponen ni sienten la camiseta. Lo de ser invictos hasta ahora ha sido puro trabajo técnico, formaciones ganadoras y análisis del terreno de juego.

–Hace falta unificar el equipo mi Negro. Tú sabes que si no se logra hacer eso no llegaran más lejos.

–Sí, lo sé. Pues nada más deja que nos lleguen los apoyos esos que nos prometieron. Porque en unos juegos salimos a patear con la del Río Grande y a otros con la del Atlante. Necesitamos un uniforme que una al equipo. Nada más pérate que los muchachos hagan equipo y verás como despuntamos todavía más.

  –El Equipo del Pueblo. Un equipo que una al pueblo. Eso es lo que hace falta Ernesto.


Con el tiempo se fueron acumulando los partidos: Atlante de El Salto vestía ya una sola camiseta y shorts verdes. Ambos con dos líneas a los costados –incluyendo las calcetas–, semejando la unión de los dos clubes nacidos en el municipio de La Cascada. El amarillo chapeaba todas las líneas y la franja horizontal del jersey con la palabra “Jalisco” en azul marino. El equipo del pueblo ya había sobrepasado invicto la competencia estatal. Se convirtieron en una unión imparable. En las nacionales todavía invicto escalaba hasta las semifinales entre los casi 20 mil clubes inscritos en el torneo. 

Mucho se comentaba en la radio y en la tele de Ernesto Rojas “El Negro”. Que, siendo jugador del equipo al inicio después se convirtió en su director técnico. En el director más joven del torneo. El “director invicto” le apodaban en los medios. Algunos que jugaron contra su equipo decían que de joven no tenía nada. Pues con madurez dirigía, llevaba al equipo y el equipo lo llevaba a él a la victoria. Siempre se le veía con un puñado de libretas en el campo. Se decía que una persona de su cuerpo técnico tenía la tarea de cargarlas y cuidarlas. Fue cuestión de tiempo para que otros clubes se dieran cuenta de su maestría en la dirección y lo invitaran a sus canteras. Pero Ernesto siempre les decía que no. El sólo tenía una imagen proyectada en el futuro. La de ver su Atlante de El Salto levantar la copa del torneo. 

Pronto se llegó el día en que faltaba una semana para jugar la gran final. El Atlante de El Salto Jalisco contra el Huracán Sevilla de la Ciudad de México: gran final de ida –se leía en los anuncios y se escuchaba por todas partes–. 

IV.

Cuando Ernesto Rojas se enteró por las noticias de la alineación del Huracán Sevilla en la final, supo bien lo que tenía que hacer. Se regresó ese mismo día desde Guanajuato hasta su casa por una de sus libretas del mueble. La libreta descansaba roída por el tiempo. El papel amarillento y borroso evidenciaba los años que habían pasado desde que Ernesto la llenó de alineaciones. La abrió y en un hojeada rápida encontró la formación que buscaba. El Huracán Sevilla estaba acomodado de la misma forma que en la hoja. Restaba sólo alinear el equipo del pueblo como el contrincante. «El trabajo está hecho» pensó eso unos instantes. Después le entró la duda…


La ida

–Señoras y señores. Transmitimos en vivo desde el meritiiiiito Salto Jalisco. Este día se miden dos grandes. Es la final de ida del Torneo de Campeones PRI México 1985. Dos escuadras que han luchado para ser los reyes absolutos del campo. Atlante del Salto Jalisco y Huracán Seviiilla de la Ciudad de México. Pablo ¿Cómo ves a estos grandes finalistas?

–Bien Ricardo. Han llegado hasta aquí por algo. Por el buen trabajo técnico en equipo y disciplina. Dos grandes como lo dices tú que han trepado hasta la final del torneo entre 19,424 equipos.

–El estadio Río Grande está abarrotado desde hace tres horas Pablo. No cabe ni una sola alma más en las gradas. Hay gente que ha decidido ver a sus ídolos de pie. Algunos han trepado hasta las ramas de los arboles para ver a su equiiiipo predilecto. El Atlante del Salto Jalisco. 

–¡Silbatazo iiiinicial del partido de ida! Empieza a tocar el capitán del Huracán Sevilla que recorta y pasa el balón a la defensa para salir desde atrás. Se oyen porras matracas y trompetas en el estadio. Todo El Salto lleva la esperanza en los ojos. Noventa minutos de adrenalina líquida como el vinagre de sus cueritos que ya probamos, Ricardo.


El partido cerró 2-1 a favor del Atlante de El Salto Jalisco. El juego estuvo reñido y los deseos a flor de piel de los dos equipos a ser campeones no se hicieron esperar. Por poco y se arma un pleito grande a medio de la cancha. 

Ernesto Rojas se veía inmutable dirigiendo el equipo. El Salto bien pudo haber goleado al Huracán desde el primer tiempo. Pero el “director invicto” les gritaba que empezaran a bajar. Que se calmaran. Que guardarán lo bueno para el partido de vuelta, como si ya supiera el resultado sin haberlo jugado. En su vieja libreta figuraba el nombre “alineación empatante a El Salto”. Pocos dejan ir las oportunidades a la primera que se les presenta. Él era uno de ellos. Sereno de llegar a la final, no quería una gloria tan fácil. Todo ingenio tiene sus trucos. Lo bueno siempre cuesta más. Eso se nos enseña desde la infancia. 

La vuelta

El Equipo del Pueblo

1- Orozco, portero 

2- S. Gutiérrez

15- JL Jiménez

3- R. López

13- M. Esparza

5- M. Aguilar

9- JL. Mercado

25- J. Rodríguez

11- C. Raygoza

8- A. Aguilar

16- G. Cuellar

Ernesto Rojas “El Negro” Director Técnico.


–Javier Rodríguez el número veinticinco. El pie veterano del equipo, el capitán, el que tendrá que definir con este penal si el primer torneo de campeones se va hasta el estado de Jalisco. Lo inverosímil sería que este lo estrellara en el poste. Aquí está Javier Rodríguez con el número veinticinco. Listo el arquero Raúl Reverte. ¡Silbatazoooooooooooo! ¡GOOOOOOOOOOOOOOOOOOL! ¡Gol de Javier Rodríguez! ¡Atlante del Salto Jalisco! ¡Campeón del torneo de campeones PRI México 1985! ¡Este es el júbilo, es el momento del festejo, es el número uno de 19,426 equipos! Y el arquero Ignacio Orozco es el hombre más felicitado. Detuvo tres tiros penales y ha llevado a su equipo al triunfo

–Marcador final 5-4 en penales Ricardo. ¡La gloría se vaaaaaaa haaaaaaasssta el meritiiiiiito Salto Jalisco!


El camión de pasajeros llegó a El Salto pasando la media noche y no pudo avanzar más después de la calle Real y la Mil Doscientos. La cuadras reventaban de gente en una berbena y carnaval. Todos esperaban a los jugadores desde temprano. Había papel picado formando puentes de lado a lado en todas las cuadras. Los jugadores del Equipo del Pueblo descendieron del camión sorprendidos. No creían lo que sus ojos veían, algunos se los tallaban como si quisieran despertarse de un sueño. Dieron pocos pasos en su tierra y fueron cargados todos en hombros cual auténticos héroes Salténses. El griterío y el festejo despertó a todas las almas. Todo el carnaval se desmontó y caminó con música hasta la plaza principal. Las dos torres del templo vibraron con el repique de las campanas. 

Pasados los años, muchos de los que estuvimos ahí, aún seguimos pensando que ese fue el júbilo de El Salto. Cuando se nos empezó a enchinar la piel. Cuando sentimos que éramos parte de algo grande. De un pueblo que se unió por un gran equipo. Por el eterno Equipo del Pueblo.

Estoy seguro que aún se puede unir por muchas más cosas.

Ramiro Corona.

Sobre el autor: Ramiro Corona es naturalizado por voluntad como originario de Juanacatlán Jal. Su pasión por la investigación le ha permitido conocer e instruirse en diferentes universidades alrededor del mundo. Es un voraz lector de literatura, un oportunista poeta y si bien es diestro para escribir, es zurdo en su pensamiento.