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Los de a pie

Los de a pie

                                     A los José Torres de mi vida en México y en el Norte

 

¡Ahora sí, ya valió madre! No puedo regresar a mi pueblo porque no he hecho nada. No tengo regalos que llevarle a mis hermanos, ni a mis padres. Ni cómo decirles que el tiempo en los Yunaites no ha servido pa juntar dinero, que me busca la migra y no vamos a poder dejar la perra maldición de ser de los de a pie.

           Porque por dejar de ser de los de a pie, es que vine. Por dejar atrás esa carga con la que naces. Los de a pie en esta podredumbre de país, somos los jodidos, los que tenemos que venirnos pal Norte, al no haber de otra.

En mi pueblo siempre hay quien te recuerda la maldición: “¿dónde están los de a pie pa llevármelos a la siembra?”, dicen los sombrerudos que te dan trabajo. “¿Dónde están los de a pie? Necesito quien construya”. “¿Dónde están los de a pie? Falta mano de obra en el Papantón, en La Hacienda”. Así nos dicen y así nos tratan, dándonos lo peor, lo que ellos no quieren hacer. De este lado, en los Yunaites, lo mismo. Lo que los gringos no quieren, lo hacemos. Hace cuatro meses que vivo en Riverside, y si me hubieran dicho lo que había de este lado, no venía. Pero uno se aferra.

Cambié vivir en mi pueblo por una pinche Van estacionada en el patio de una paisana. Desde aquí veo pasar el tiempo, el libre caminar de las personas, los pasos de la migra que viene a echar ojo, buscándome. En mi pueblo, ni la policía, ni los que dan trabajo, me tragan. Aquí, sólo la migra. Ninguno de los de a pie tiene papeles, eso nos obliga a agarrar lo peor de lo peor. Los peores trabajos, los peores techos y los peores “todo” pa vivir. Nos obliga a andarnos escondiendo diario, a sentir miedo cuando vemos las patrols cerca. 

El trabajo, igual o peor, pero se gana. Chambeo en los campos de lechuga. ¿Por qué? ¿Qué más sabe hacer uno? La tierra es la misma en todas partes. Sólo que aquí, para aguantar la chinga, desde temprano en el campo se escucha aspirar el polvo, la llamarada vidriosa en los ojos de los que fuman cristal. A veces también le entro, no les voy a mentir. “¡Échale gas que te vas pal bas (bus)!”, dicen los de la cuadrilla. “¡Entre más lechuga, más pagan los gringos! ¡Échale, José!”, me animan.

Hay veces que el pinche gringo del trabajo no nos paga lo que es, y nos rebaja las lechugas que se pudren en su troca. ¿Qué decimos? “Nada”. Seguimos siendo igual de jodidos, los de a pie sin papeles. Los mismos que estábamos allá en el pueblo sobajados.

La tarde en que todo se echó a perder y por la que estoy escondido, comenzó drinkeando después de la chamba. Hacía mucho calor. El Lago Perris se veía ondulante y se estiraba hasta las piedras grises donde inician las montañas. El sol iluminaba la arena y quemaba las pieles fuera de las sombrillas.

Asábamos la carne cuando el gringo del trabajo llegó. Venía con su mujer. Ambos estaban color gringo rojo, con la nariz y las mejillas encendidas. De un momento a otro, los acomedidos le destaparon una de las cervezas que traje y me quitaron la silla para dársela a él.

No me caía bien. Nadie que dé trabajo agrada. Tomé otra silla y comenzamos a jugar pokar con el gringo. De forma odiosa ordenaba comida y bebida, quizá pensaba que fuera del trabajo aún era el jefe. Seis jugadas de pokar y varias cervezas después, ya no estaba para aguantar sus pendejadas. Exploté cuando me dijo: “órale, pinche beaner mexicano, a barajear las cartas”, luego tronó los dedos. Todo fue lo que caló. Porque yo vine aquí para dejar de ser de los de a pie. No iba permitir los malmodos de un pinche güero. Le di un puñetazo en la nariz y se me dejó ir. Mis amigos me alejaron de la mesa. El gringo vociferaba shit y motherfucker sin parar.

Caminé hacia el agua. La mujer del gringo tomaba el sol cerca de la orilla del lago. Recorrí con la vista sus piernas, su vientre y sus pechos hasta llegar a su cuello. Estaba pasada de carnes, pero me dio igual. Ella sólo sonrió. Me senté muy cerca. Escuché el festejo del gringo, dejaban que ganara en las cartas. La mujer se levantó de la arena y entró despacio en el agua. Su caminar pareció una invitación y entré. Me veía fijamente, no podía saber lo que decía su mirada. Las mujeres son seres difíciles. Nadé hacia ella y la acaricié por debajo del agua, primero una nalga, luego acucharé mi mano y la toqué ahí. La besé y se resistió, pero al ver que el gringo estaba ocupado, me besó también.

Escuché gritos fuera del agua. Trataban de detener al gringo, venía hacia mí con un cuchillo en la mano. Salí del agua como pude. El gringo amenazó a los demás y siguió avanzando. Desesperado busqué una piedra o cualquier cosa que nivelara el tiro, no vi nada. Tenía que cuidarme del cuchillo que destellaba rayos de sol. Me quité los chores y desnudo latigueé la panza y el pecho del gringo. Estaba más rojo que antes y furioso. No me había cortado con el cuchillo. Le di un nuevo latigazo con los chores en la cara y me aventé sobre él. Peleamos en la arena, ahora yo tenía el cuchillo en la mano. Pensé en enterrárselo, pero escuché la sirena de una patrulla. A la recia golpeé al gringo varias veces en la cara, no dejaba de gritar estupideces y llorar como una perra. Todos corrían hacia los autos. Logré la huida al treparme en la caja de una troca que avanzaba a la salida.

Al siguiente día llegué a la chamba y vi varias patrullas de la migra. Me acerqué despacio. Mis amigos estaban esposados y tirados boca abajo en el suelo. El gringo cara madreada iba y venía hasta la entrada, buscándome. A Jorge y a chino los interrogaron para saber el lugar donde vivía o donde encontrarme.

—Si nos dicen dónde, los podemos soltar, motherfucker beaners —dijo el gringo.

Mis amigos no dijeron nada. Los subieron uno a uno a la camioneta con la orgullosa tristeza en la cara. No los volví a ver. Desde ese día le prometí a Dios, que si no me agarra la migra, mi familia y yo dejar de ser de los de a pie en el pueblo. Vamos a dejar de ser unos pinches jodidos. Rezo para que nos vaya mejor y la migra no nos agarre. Dicen que Dios escucha más a los pobres porque los quiere más. De algo tiene que servir esta mierda de ser de los de a pie, de algo tiene que servir ser pobre. 

 

Ramiro Corona