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Cuentos del Pueblo: Centro Nocturno 'Los Cueros'

"Todo sucedió en mi pueblo. Juanacatlán. Fue un 16 de septiembre que festejábamos desde temprano el día de la independencia, que, por costumbres en mi pueblo, se realizan dos eventos de charrería el mismo día"
Cuentos del Pueblo: Centro Nocturno 'Los Cueros'

I

Una tarde tras terminar las clases en la universidad platicaba con mi amigo Archibaldo sobre las experiencias cercanas a la muerte. Estaba interesado en escuchar toda clase de historias, porque días antes viví dos situaciones que, de haberse modificado su desenlace, no podría estar contándoles esta historia. Así que, a diestra y siniestra pregunté a cuanta persona se cruzó en mi camino si había estado alguna vez a punto de morir. Todo con la intención de encontrar algo más emocionante que las dos experiencias donde estuve cerca de ser atropellado por un auto y por un camión.

Cuando pregunté a mi amigo si había sufrido una experiencia cercana a la muerte su semblante cambió de inmediato. Su cara se transformó en una figura tímida, como cuando por automático revivimos algo melancólico y triste. Recuerdos que aún nos persiguen a través del tiempo en nuestra mente.

Archibaldo me pidió un par de minutos para respirar y salió a la terraza.

Regresó con otro semblante, como si hubiera descansado de un peso que llevaba cargando. Se sentó de frente a la calle desierta e inicio a contarme esta historia donde estuvo apunto de morir y que yo les transcribo a continuación.

 

II

Todo sucedió en mi pueblo. Juanacatlán. Fue un 16 de septiembre que festejábamos desde temprano el día de la independencia, que, por costumbres en mi pueblo, se realizan dos eventos de charrería el mismo día. A uno de ellos le llamamos «los toros de gratis», que son los que inician desde la mañana en un toril que está al lado de las canchas y del CONALEP. En esos toros no se cobra entrada, se vende cerveza, hay banda y te puedes meter al ruedo a torear la becerrada. El otro evento es “los toros de paga”, que se celebran en la plaza de toros del “Pinolillo”, que está más adelante, yendo para un pueblo que se llama La Ex Hacienda y dan inicio alrededor de las 5 o 6 de la tarde. Hay lo mismo que en los de gratis, sólo que llevan toros más grandes y cobran alrededor de ciento cincuenta pesos la entrada.

Bueno, pues ese día uno de mis amigos que se llama Martín, y yo, tomamos mucha cerveza desde los toros de gratis, o sea desde la mañana. Después que se terminaron, fuimos a seguirla con el Pinolillo y ya salimos de la plaza alrededor de las 11 de la noche. Yo estaba borracho, cansado y sin dinero. Mi amigo Martín aún traía ganas de seguir la fiesta. Le dije que ya me llevara a mi casa, pero en ese momento se encontró con dos de sus primos en la salida y los planes cambiaron para todos.

Estuve a punto de despedirme de ellos. De buscar un raite para llegar al pueblo y luego a mi casa. Pero de Martín y de sus primos nadie se escapa, pues todos siempre han sido unos necios, y rechazarles una invitación es como mentarles la madre. Así que unos minutos después llegábamos a un bule conocido como “Los Cueros”.

Entramos y los primos de Martín pidieron una mesa cerca del escenario. Nos sentamos, pedimos dos cubetas de cerveza y una caja de cigarros. Me tomé la primera de las ampolletas y me dio sueño, así que fui al baño a mojarme la cara y esperar que se me bajara poquito la borrachera. Estuve unos quince minutos y no me sentí mejor. Salí del baño sin que Martín y sus primos me vieran para irme a dormir a la caja de la camioneta.

Pasados algunos minutos se acercó Martín para decirme que me había estado buscando adentro. Le dije que ya me sentía con sueño y que me iba a dormir un rato para reponerme. A lo que contestó que sería mejor durmiera dentro de la cabina de la camioneta, así que abrió la puerta y me subí para dormirme en los sillones.

III

¡Ra-ta-ta-tá! ¡Ra-ta-ta-tá!

Me despertaron los balazos. Asustado me levanté del asiento para ver lo que sucedía, vi a un hombre alto y gordo que estaba frente al cofre de la camioneta. Llevaba una gorra negra con una águila blanca y brillante en el frente, una playera llena de pedrería que esparcía por la noche las luces verdes y moradas de la entrada. El hombre disparaba al aire y ordenaba a los demás que vieran si alguien salía corriendo de entre los autos.

–¡Qué no se nos vaya vivo ese pendejo! Búsquenlo por allá atrás de los carros. De seguro que por ahí a de estar clavado.

La mirada del gordo se dirigió hacia la camioneta en la que yo estaba. Sentí como sus ojos llenos de odio se fijaron en los míos. Levantó la mano y me apuntó con una gran pistola y jalo del gatillo, pero el arma ya no traía balas. Recuerdo que cerré los ojos y los abrí rápidamente al no escuchar el trueno del arma. ¡Algo tenía qué hacer! ¿Pero qué? Si salía corriendo de la camioneta la muerte para mí era segura. Si me quedaba adentro, tampoco existiría diferencia. Los siguientes segundos pasarían como horas…

–¡A ver, tú! ¡Pásame esa chingadera! –Le dijo el gordo a otro hombre.

Escuché un ¡Clack! De cuando se corta el cartucho de un arma y como último reflejo me metí entre los pedales de la camioneta.

¡Ra-ta-ta-tá! ¡Ra-ta-ta-tá! ¡Ra-ta-ta-tá!

Los balazos atravesaban los cristales y la lámina haciendo caer esquirlas sobre mí. Sólo escuchaba el ¡ra-ta-ta-tá!; ¡ra-ta-ta-tá! Mientras me agarraba con fuerza de los tapetes de la camioneta, como diciendole a todos que no me quería ir de este mundo.

Los disparos cesaron. Seguí entre los pedales unos minutos más antes de decidir asomarme por el vidrio balaceado. No vi a nadie afuera. Los disparos ahora sonaban a lo lejos. Bajé de la camioneta y me dirigí al bule a buscar a Martín y a sus primos.

Entre con cuidado. El lugar olía a sangre revuelta con alcohol. No se podía ver nada con las pocas luces y el humo que despedía una de las máquinas en el escenario. En “Los cueros” sólo se escuchaban los gritos. Algunos pedían ayuda para sus amigos muertos, otros por ellos mismos porque se estaban desangrando.

Me encontré a los primos de Martín en el baño y les pregunté qué si sabían algo de él. A lo que respondieron no haberlo visto después de que se levantó a pedir una cerveza e iniciara la balacera.

Decidimos salir en búsqueda de Martín, pero al acercarnos a la puerta de la entrada comenzaron a tronar de nuevo los balazos.

¡Ra-ta-ta-tá! ¡Ra-ta-ta-tá!

Nos tiramos al piso de inmediato cubriendonos la cabeza.

Dejaron de disparar después de unos minutos. Les dijé a los primos de Martín que yo me iba, que si nos quedábamos adentro del bule aquí nos iban a venir a rematar esos narcos. Así que me salí corriendo hacia el baldío de al lado y ellos decidieron quedarse para esperar el regreso de Martín, pues en el estacionamiento de enfrente aún estaba su camioneta.

Corría por aquel camino oscuro lleno de árboles. El pueblo estaría a unos tres kilómetros de distancia y a más tardar en una hora llegaría a mi casa. Recuerdo que al ver cualquier luz por la carretera me aventaba a las hierbas para esconderme. No dejaba de pensar en el gordo que me apuntó con la pistola, en su cara llena de odio parecida a la de un tlacuache con los dientes deformes. Quizá se acordaría de mi rostro asustado si cualquiera de los narcos me atrapaba y me presentaba ante él antes de llegar al pueblo. La muerte aún me perseguía.

El aire frío de la noche secaba el sudor de mi frente y en la boca sentía el sabor de la pólvora. Llegué a mi casa pasadas las cuatro de la mañana. Subí a mi cuarto en silencio. Me dejé caer sobre la cama y solté un suspiro que sentía oprimido en el pecho. Estaba por fin a salvo.

 

IV

Los días pasaron y me mantuve al pendiente de las noticias. No vi ni escuché nada acerca de esa noche en Los Cueros, en la que por lo menos murieron más de 8 personas y muchos quedaron heridos. ¿Qué había sucedido con mi amigo Martín y sus primos? Aún no sabía nada, sólo tenía la información de haber estado ahí esa noche que ha sido la peor de toda mi vida.

Regresé a la escuela pasada una semana y mi sorpresa fue encontrarme con Martín al llegar al salón. De inmediato le dije que saliéramos y que me contará dónde había estado durante la balacera, que sus primos y yo lo habíamos buscado sin encontrarlo por ningún lado.

Me contó que al dejarme dormido en la camioneta él se regresó al bule con sus primos. Que estaban viendo a las morras bailar en la pista y se le terminó la cerveza. Entonces se levantó y fue a la barra por otra. La destapó, le dio un trago y le preguntó al cantinero lo siguiente:

–Esta chava que acaba de salir ¿Cómo se llama?

–Se llama Yadira –respondió el cantinero.

–Pues ¿Está bien no? –Dije yo.

El cantinero no respondió la pregunta, sólo hizo con los ojos una seña para que volteará a ver a alguien que estaba detrás de mí en la barra. En lo que volteaba, me dieron un golpe en la cabeza y me caí al piso. Me habían dado un cachazo con la pistola que ahora me apuntaban. ¡Estaba cagado de miedo Archibaldo! Tenía el arma puesta en la cabeza.

–¡¿Cuál es el problema amigo?! ¡¿Qué fue lo qué te hice?!

–¡Ah! Te haces el pendejo que no sabe. Si estabas preguntando por mi novia al cantinero.

–¡Sólo le dije que estaba bien! Fue todo.

–Pues por eso, ya te chingaste. ¡Nadie se mete con mis viejas!

Sentí como cortó el cartucho de la pistola para matarme y le dí un manotazo. El balazo fue a pegar en otra parte de la cantina y ahí comenzó la balacera.

Corrí en medio de los balazos hacia la salida y me oculté en el estacionamiento detrás de una camioneta. Eran alrededor de diez personas las que me perseguían. En eso escuché que empezaron a balacear los carros y me fui en dirección al motel que está pasando la carretera. Llegué y le dí todo el dinero que traía al de la recepción por un cuarto y le dije que no me había visto, ni que tampoco nadie lo había visto a él. Me metí al cuarto y me subí por el patio hacia la azotea.

Desde ahí, vi que los narcos llegaron y se metieron al motel. Cuarto por cuarto sacaban a las personas para encontrarme. Era cuestión de tiempo para que me hallaran y me mataran. No tenía ya ninguna opción para escapar. Pensé en brincar desde la azotea hacia un baldío, pero estaba muy alto y si no me mataban los narcos, me mataría el brinco. LLegaron a mi cuarto y empezaron a tirar balazos por todas partes.

Un hombre subió a la azotea de enfrente y ordenó a los demás que hicieran lo mismo en el grupo de cuartos donde me encontraba. Lo único que alcancé a hacer fue esconderme en el espacio que existía entre un tanque de gas estacionario y la pared.

Desde mi escondite los vi buscarme, no llevaban lámparas. El lugar donde estaba escondido era tan pequeño que ni siquiera se acercaron a revisar. Imagino que lo descartaron desde el inicio por ser muy angosto para que alguíen entrara ahí. Ser chaparro y flaco en esta ocasíon fue lo que me salvó de la muerte. Dispararon al aire varias veces con la intención de verme por ahí corriendo como un conejo y ser una presa fácil, pero jamás salí.

Empezaba a amanecer. No veía ya a ninguna persona ni escuchaba ningún sonido y decidí salir de mi escondite, bajé de la azotea y me fui para el pueblo. Todo había terminado.

 

V

Cuando mi amigo terminó de contarme su historia algunas cosas en mi mente se aclararon. Nunca lo habrían encontrado sus primos si él estaba en la azotea del motel y ellos lo buscában en el bule. Me di cuenta que cuando yo dormía en la camioneta y me despertaron los balazos, él, estaba escondido entre los demás carros del estacionamiento pensando hacia dónde correr. Que cuando me balacearon adentro de la troca para matarme, quizás él ya estaba en el escondite que le salvó la vida.

En esta historia sin querer te cuento dos experiencias cercanas a la muerte. La de mi amigo Martín y la mía. Hay también dos escondites que nos salvaron la vida y que hay que tomar en cuenta: el primero, es el espacio donde están los pedales de una camioneta. El segundo, el hueco que existe entre un tanque de gas estacionario y la pared de un motel.

 

–Oye, Archibaldo ¿Y qué pasó con Martín? ¿Aún lo frecuentas?

–Perdí contacto con él. Reprobó algunas materias en el semestre y ya no siguió estudiando. Nunca lo volví a ver.

Fin.

Por Ramiro Corona.

Sobre el autor: Ramiro Corona es naturalizado por voluntad como originario de Juanacatlán Jal. Su pasión por la investigación le ha permitido conocer e instruirse en diferentes universidades alrededor del mundo. Es un voraz lector de literatura, un oportunista poeta y si bien es diestro para escribir, es zurdo en su pensamiento