Pedro y la mantarraya gigante

Capitulo I
Pedro era un niño costeño de aproximadamente 12 años. Tenía ojos grandes y redondos, su nariz recta y piel morena. Amaba el mar, amaba a su familia y sus tradiciones. Eran gente oriunda de la costa, honesta, amable y alegre.
Su pueblo no era muy visitado o promocionado turísticamente. Los búngalos que había eran casi siempre habitados por celebridades que querían pasar desapercibidos, y salían a comer al pueblo, a caminar y nadar en el mar, solamente. Lejos de lujosos hoteles y puntos de atracción turística.
Pedro venía de una familia de muchas generaciones de pescadores, desde sus tatarabuelos, bisabuelos, abuelos, padres, tíos, primos, todos eran pescadores.
Eran personas nobles, gente buena, que sabía cuando salían a pescar, pero no cuando regresarían. Esa era un certeza que solo dejaban en manos de Dios. A veces las lluvias intensas, y fuertes vientos de los huracanes los habían dejado varados, sin agua y sin comida. A veces sin fuerzas, perdidos y desorientados, por días o semanas. Pero siempre alguien les ayudaba a volver sanos y salvos. O mejor dicho algo.
Arriesgaban sus vidas, pero no sabían hacer otra cosa, y lo hacían mejor que ningún barco de pesca con la más alta tecnología, porque tenían el conocimiento de generaciones y la sabiduría. Conocían los ciclos de apareamiento y reproducción de todos los peces, cuando pescar cierta especie y cuando no.
Comprendían la época de cría de las ballenas y sabían respetar su espacio. Leían las estrellas y reconocían las constelaciones. Sabían que el este es el punto cardinal por donde sale el sol y lo ubicamos con nuestra mano derecha, sabían que se ocultaba por el oeste y lo ubicamos con nuestra mano izquierda. Notaban que había algo que los protegía, pero solo lo platicaban con la gente del pueblo.
Lo que más anhelaba Pedro era ya irse a pescar con su padre y familiares, salir a mar abierto, disfrutar de los vientos míticos del mar.
Éste es un día muy especial para Pedro, ha esperado mucho tiempo para poder platicar con su familia, y pedir permiso para salir junto con ellos a pescar.
Hoy Pedro llegó a la playa como lo hace después de hacer sus deberes. Justo al entrar a la playa, cerca de la palmera verde con amarillo, de tronco chueco; hay un puesto de tablas y hojas de palmera, donde venden agua de coco y coco preparado con chile y limón.
A pocos pasos otro puesto, que más bien es una palapa muy rústica, que desprende los aromas más sabrosos a cocktail de camarones y tacos de pescado empanizado. Pedro se arregló el cabello, peinándolo con sus dedos, y sonríe y saluda a la hija de la vendedora, es su amiga, ella lo saluda y se sonroja, son de la misma edad y compañeros de salón de la escuela.
Pedro continúa su camino a la playa, acercándose más al mar. Pedro siente la brisa salada en el rostro. Por fin entra al mar, hunde sus pies en la arena húmeda y granulada. Mira con fascinación los destellos de los minerales en la arena. Disfruta de la textura arenosa, dan una sensación reconfortante y relajante a los pies. Al llegar las olas parece como si uno se desplazara de un lugar a otro, pero es solo la sensación. Observa con detenimiento el movimiento de las olas, y el brillo del sol reflejándose en el mar.
Pedro ama los fines de semana, pues todos sus familiares se reúnen en su casa, cantan, comen y ríen todo el día y toda la noche. Pedro mira el mar como si conociera algunos de sus secretos, pero quisiera descubrir más. Comienza a caminar de frente al mar, entra poco a poco, veía a través del agua trasparente, admiraba los pequeños peces que pasaban cerca de él. Extendía los brazos y abría las manos, tocando con sus palmas el agua.
Anonadado por los destellos dorados en el agua verde esmeralda, y las conchas que iba recogiendo a su paso. Maravillado con el sonido del mar y su ondeo al ritmo del viento.
Alrededor de sus pasos se creaban líneas de ondas del mar por el movimiento que él ocasionaba al caminar, y el choque de las olas. Poco a poco iba subiendo el nivel del mar a sus rodillas, pero a Pedro no le preocupaba en lo más mínimo pues era un experto nadador igual que toda su familia.
Capítulo II
La familia de Pedro trabajaba para sí misma, con el propósito de comer ellos, vender a las familias y negocios locales, y regalar a aquellos que se quedaran sin trabajo. Todos en el pueblo los querían y respetaban.
En las reuniones familiares de los fines de semana hacían una fogata al centro del patio. Todos los hombres se sentaban alrededor y contaban las mejores historias, las mejores anécdotas. Algunas sonaban como de cuento, otras fantasía, otras con misterio, pero todas del mar y sus criaturas.
Regresó Pedro a la casa y ya habían llegado muchos familiares, venían cargados de comida, aguas frescas y postres.
La casa aunque sencilla, estaba muy limpia y recogida. Olía a madera y plantas, la brisa del mar invadía la casa, más que como un invitado, como un familiar. La madre de Pedro era aficionada al mar y la naturaleza.
Había muchas decoraciones de caracoles enormes del tamaño de un perro, y sobre el arco que daba de la cocina al patio; colgaban unas campanas de viento por así llamarlos, pero eran conchas de distintos colores y tamaños. Con solo verlo y escucharlo, envolvía con sus sonidos en un ambiente de armonía, alegría y total relajación.
Un sonido más bello aún fue la voz de la madre de Pedro, quien Interrumpió la melodiosa vibración de su campana de viento, para llamar a Pedro a comer. Pedro vio la mesa servida y pegando un alegre y efusivo grito, dijo a su mamá que pronto se serviría un plato. Festivo, y jubiloso corrió a saludar a todos sus familiares.
Capítulo III
Una vez ya en el patio vio a todos ya sentados en circulo, alrededor de una fogata platicando sus aventuras y desventuras en el mar. No había cosa que no hubieran visto en el misterioso mar; desde neblinas que asomaban islas y al desvanecer también lo hacían esas islas, hasta buques de guerra o barcos fantasma, solos y vacíos.
Pero nada de eso les interesaba platicar, ellos adoraban platicar sobre las criaturas fantásticas y asombrosas que ellos ya habían visto antes de que salieran en los documentales de la tv.
Comenzó a platicar un tío sobre la ballena gigante que no interactuaba con las demás, era la más gigante que había visto en su vida, pero su sonido sonaba como un canto triste.
Otro tío recordó la vez que una tormenta eléctrica lanzó un rayo sobre un barco de pesca con la mejor y más avanzada tecnología, perteneciente a una muy afamada cadena pescadora; el moderno barco se quedó sin electricidad, sus computadora se apagaron, tenían linternas, pero se descompusieron las máquinas, algunas puertas automáticas, controladas por paneles se atascaron. Llevaban perdidos algunos días, hasta que llegaron los parientes de Pedro con sus lanchitas pequeñas de motor. Los encontraron y rescataron, antes que los mismos guardacostas.
Tomó el turno al tatarabuelo, era ya un anciano, de más de casi 102 años, la fragilidad de su cuerpo se compensaban con la sabiduría y fuerza de espíritu que proyectaba. Su cabello era como un gigantesco algodón blanco, su rostro y manos delataban su edad y profesión. Su piel morena y bronceada por tantas horas, mañanas, y atardeceres, tantos días, semanas, meses, años de sol.
Orgullosamente denotaban su experiencia en el mar. Se acomodó su dentadura postiza y platicó que antes había cocodrilos gigantes en el mar, y supo que en una guerra, una vez un cocodrilo gigante del tamaño de una ballena salió debajo de un barco mediano y lo giró totalmente, todos cayeron al mar, y quedó registrado en la bitácora del capitán. Al terminar de contar su historia bebió sorbos de su delicioso café veracruzano, con dos cucharadas de azúcar, como le gustaba.
Pedro aprovechó y corrió a la cocina por un plato; colocó algunos camarones empanizados, otros con coco y también colocó pescado empanizado, y algunos camarones al ajo. Les agregó salsa de piña con habanero, también tomó algo de lechuga y pepino, haciéndoles espacio en su plato, acomodó todo como fotografía de recetario, los aromas que salían de su plato, alegraban cualquier estómago. Se acercó a los garrafones de agua fresca; había agua de pepino y apio, Jamaica y mango; y tomó un vaso de rica agua de mango.
Pedro disfrutó de su platillo acompañándolos con unas tostadas. Posteriormente dejó el plato y el vaso remojando con agua y jabón dentro del fregadero y salió de nuevo corriendo a sentarse alrededor de la fogata con el resto de su familia.
Capítulo IV
El bisabuelo dijo que una vez la red de pesca se enredó con algo grande, y él era joven y fuerte, tuvo que bajar de la lancha, sumergirse en el agua, estaban en medio océano. Debía revisar con qué se había enredado la red. Casi se quedó sin aliento al observar unas criaturas trasparentes y luminosas, se veían sus órganos internos, con formas extrañas y delicadas. Entonces de lo profundo de la oscuridad se asomaron unas criaturas que nunca había visto antes, vio unos ojos enormes, fijos hacia él. No quiso esperar a averiguar que era aquella enorme criatura, pues jamás había visto algo tan obscuro y con tantos dientes, así que trepó rápido de regreso a la lancha.
El bisabuelo dijo que tenía que ir al baño y se fue, y todos se quedaron en silencio esperando a que volviera como si fuera la persona más importante del mundo, y como si no hubieran escuchado antes esa historia un centenar de veces. Regresó el bisabuelo le acomodaron su silla y al sentarse, continuó su anécdota. Dijo que en la red habían unas criaturas con luces propias, algunas se mantenían inalterables, quietas, estables, otras se apagaban y prendían como si siguieran el ritmo de alguna melodía. Luces blancas, azules o verdes, intermitentes pero constantes.
Eran criaturas con luz propia, interna y por fuera como fundas transparentes con extrañas formas, como seres extraterrestres, pero solo eran extraordinarias criaturas marinas. Es como si crearan su propia luz para atraer sus presas. Obviamente las dejó ir.
Todos miraban a los tatarabuelos, a los bisabuelos y a los abuelos con mucha admiración, mucho cariño y respeto. La tatarabuela, bisabuela, y abuela eran muy solicitadas para curaciones por el sol, deshidratación, o de cualquier tipo. La mamá de Pedro y sus tías eran conocidas por sus deliciosas recetas.
Era una familia llena de valores, con miles de historias, y variados conocimientos. Otras anécdotas surgieron; una vez una estrella marina del tamaño de un coche los llevó hasta la costa, cuando llevaban semanas varados. Había otra anécdota acerca de una tortuga del tamaño de un yate que les ayudaba a conseguir pescados.
Lo curioso es que todas las historias terminaban igual, una criatura misteriosa del mar los ayudaría a conseguir pescados para comer mientras regresaban a casa, y les ayudaría a volver.
Capítulo V
Se hacía de noche, y las historias continuaban, el crujir de las ramas secas en la fogata avisaba una noche larga. El cielo estrellado, ayudaba a la luna a protagonizar la noche, tan blanca y brillosa como un foco, era una noche bellísima. Pescados gigantes, delfines blancos, calamares del tamaño de islas, sonidos extraños provenientes de las profundidades del mar, pulpos del tamaño de barcos. Nadie se llevaba cámaras, ninguno tenía una sola fotografía, pues no la necesitaban y no la querían.
Lo primero arruinaría la tranquilidad de esa costa, lo segundo molestaría a sus amigos guardianes del mar. Otra voz se escuchó diciendo que una ballena los defendió de unos tiburones, los tiburones temen a los delfines y a las ballenas gigantes, comentó alguien más.
.-- Pedro --. Vi una mantarraya gigante! Gritó (Pedro con todas sus fuerzas) Interrumpiendo la historia de la ballena. .--Todos se soltaron a reír . -- jajajjaja
Y continuaron platicando. (pues los animales míticos que ellos afirmaban habían visto, habían sido en las profundidades del mar, no cerca de la costa).
.--Pedro --. Vi una Mantarraya gigante, vive en la costa, la gente cree que cuando baja la marea es una isla cercana, pero no lo es! La he visto moverse, es una Mantarraya gigante! Repitió Pedro mientras se ponía de pie. --. Siéntate Pedro, platícanos. (Dijo con voz tranquila el padre de Pedro). .--Pedro --. ¡No me creen, se los demostraré!
En eso salió corriendo Pedro de la casa. Todos preocupados se pusieron también de pie. El tatarabuelo tomó su sombrero y su bastón.
.—Tatarabuelo dijo: --. Vamos por ese muchacho, no dudemos de su palabra.
Capítulo VI
Fue en ese preciso momento cuando comenzó a moverse de un lado a otro una lámpara que tenían colgada en la pared, parecía un péndulo. Y la vibración del piso sacudía todo lo que tenía encima, mesas, sillas, y las personas. Las campanas de viento sonaban más fuertes que en otras ocasiones, chocaban entre si abruptamente.
--.¡Está temblando, esto es un sismo, salgamos a buscar a Pedro, todos fuera de la casa! Gritó el papá de Pedro. .--¡Grrr ¡Está temblando! ¡Está temblando! Cotorro, cotorro, ¿quieres fruta? Grrr quiero pastel de chocolate grrr! No cotorro, pastel de chocolate no puedes comer! Grr cotorro.
Repitió el cotorro verde con hermoso plumaje, mientras saltaba de arriba a abajo con sus fuertes garras, el cotorro que nadie creyó que hablaría algún día.
La familia tomó la jaula y llamaron al perro, inmediatamente salieron de la casa, y el papá de Pedro dijo:
--Papá de Pedro: .--Mujeres, abuelos y niños vayan al refugio de la iglesia, nosotros iremos a buscar a Pedro a la playa, seguro fue a la Palmera vieja de tronco chueco. Al llegar a la playa vieron a Pedro de pie frente a la orilla del mar, les gritó, mientras se adentraba más y más al mar: .--Pedro: .-- ¿Por qué no creen?
Capítulo VII
De pronto el agua de la playa comenzó a retirarse de la orilla, como si se retractara, si se recogiera y regresara al mar. Una ola gigante comenzó a formarse frente a Pedro. Estaba demasiado lejos de la orilla para salir corriendo. La ola asemejaba una bella y azul pared enorme de agua y algas marinas y algunos pescados. Los integrantes de la familia de Pedro corrieron a la Palmera y rápidamente hicieron una cadena humana, se acercaban lo más que podían a Pedro. Y entonces el agua de a un lado de la ola enorme, comenzó a levantarse como una delgada y delicada alfombra, y saltó una colosal mantarraya en medio de Pedro y la enorme muralla de agua. La inimaginable ola cayó con enorme fuerza, pero aquella gigante e increíble criatura de titánicas proporciones la rompió con su cuerpo.
Era una inmensa mantarraya azul con gris, de ojos redondos y grandes, comparables al tamaño de las llantas de un autobús. La ola cayó sobre Pedro y la misteriosa criatura, como lluvia de zafiros azules Y diamantes blancos. El manto aterciopelado de la noche ya cubría el cielo, con sus estrellas bordadas como piedras preciosas que tintineaban con aprobación la acción del nuevo guardián de la costa.
Pedro sonrió a aquella criatura, sus ojos parecían comunicarse con una amable familiaridad, en un lenguaje de amistad que solo ellos conocían. La mantarraya gigante se sumergió de nuevo en el mar, y se alejó lo suficiente para parecer una isla a distancia.
Todos los familiares de Pedro corrieron a abrazarlo, le dijeron que en un par de años, podría ir a pescar con ellos, pues la verdad es que ese era el secreto de esa familia, cada uno tenía su propio animal guardián, y Pedro ya tenía el suyo.
Mandaron hacer un malecón que cubría de orilla a orilla la playa, donde le gustaba esconderse a la grandiosa, y hermosa mantarraya cuando había alguno que otro turista. Pero la gente del pueblo sabía que existía una criatura marina gigante que los protegía, y ellos a él, pues no le contaban a nadie, para salvaguardarlo también.
Autora: Jenifer Silvia García Vélez
Sobre la autora: es oriunda de El Salto. Estudio la licenciatura en docencia de inglés como lengua extranjera.
Ama el cine mexicano de la época de oro. Comenzó a escribir cuentos, la inspira plasmar palabras que puedan motivar a las personas.
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