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La Llorona en Las Cuadras de El Salto

La Llorona en Las Cuadras de El Salto

A mí en la vida, de verdad que nunca me había tocado ver nada. Pero dicen que para todo hay una primera vez.

Llovía a chorros en el pueblo. Eran las tres de la mañana cuando el transporte de la empresa me dejó en la “Jalisco”, frente al Club Corona. El chofer de la ruta no quiso avanzar más porqué la lluvia había inundado las calles y, mi casa, que es su casa también, está en la calle doscientos. Así que para llegar comencé a sortear el aguadal que corría desde el cerro de los filtros y más allá.

El agua me llegaba casi hasta las rodillas. La madrugada fría como la chingada; deseaba pronto estar con un técito en mi cama, dejando el mal rato en la fábrica y la mojada de pies en el olvido.

Cruzaba la calle del consultorio del doctor Juan de Dios cuando la vi. Flotaba sobre el agua. Su cabello largo era como una cascada oscura que desaparecía en lo sombrío de la noche. El tiempo parecía haberse congelado, las gotas de la lluvia habían quedado suspendidas en el aire y la corriente del agua estaba en calma, como si la calle fuera un pequeño lago.

No me podía mover. El aire se hizo más y más frío, sentí como entraba en mis pulmones y me congelaba. Aquella mujer se acercaba despacio hacia mí, flotando. Sin poder moverme, ni gritar, vi como las lámparas de la calle se apagaban a su paso. De pronto, el reloj del templo hizo sonar sus campanas. La mujer comenzó a moverse de forma extraña, a cubrirse con sus manos blancas los oídos y la cabeza.

En unos instantes sentí que la lluvia me mojaba de nuevo y que el agua bajaba hacia el Atlante.

Corrí lo más rápido que pude, pero el reloj del templo había dejado de sonar cuando pasaba por afuera de con El Guapo. Ahí escuche su lamento, aquel grito del que todos hablan en el pueblo y que algunos han escuchado cuando cruzan el río muy noche.

¡Hay mis hijoooooooooooooooos!

¡Hay mis hijoooooooooooooooos!

Se me enchinó toda la piel. Ella no tardaría en encontrarme. Me crucé la calle como pude y me escondí detrás del camioncito. Desde las ventanas pude ver como la Llorona flotaba sobre el pequeño lago que era la calle Real.

¡Hay mis hijoooooooooooooooos!

El lamento se escuchaba cada vez más cerca. Estaba muerto de miedo, atrapado. Decidí meterme entre las llantas del camioncito y me puse a decir un padre nuestro con toda la fe del mundo.

¡Hay mis hijoooooooooooooooos!

¡Hay mis hijoooooooooooooooos!

La Llorona estaba ahora flotando sobre la banqueta. El reloj del templo volvió a sonar. Aproveché y corrí despavorido, gritando y pidiendo a dios y los santos que me socorrieran. De pronto, vi unas luces que bajaban de la calle seiscientos, era mi compadre Herminio en su tractor. Para pronto y más rápido que un gato me trepé al tractor, y le dije a mi compadre que le pisara. Que por nada en el mundo volteara hacia atrás.

Hay muchas personas en El Salto que ya han visto o escuchado a la Llorona, vagando y buscando almas para llevárselas. Estoy seguro de que mi experiencia no es sólo una más, que aunque la gente diga que ya estoy loco, yo sé muy bien a quien vi y escuché esa noche en las calles de mi pueblo.

Ramiro Corona — Escritor de Pueblo


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