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Nefrólogo Víctor Martínez Mejía

El valor intrínseco de los entornos naturales

Este concepto se refiere al reconocimiento de que la naturaleza tiene un valor por sí misma, independientemente de los beneficios que pueda brindar al ser humano
El valor intrínseco de los entornos naturales

En un mundo cada vez más industrializado y urbanizado, los entornos naturales de belleza escénica —bosques, ríos, montañas, desiertos, lagos y costas— suelen ser valorados principalmente por su potencial económico, ya sea a través del turismo, la explotación de recursos o el desarrollo urbano. Sin embargo, existe un valor más profundo y esencial que va más allá de su utilidad práctica: el valor intrínseco.

Este concepto se refiere al reconocimiento de que la naturaleza tiene un valor por sí misma, independientemente de los beneficios que pueda brindar al ser humano. Es una perspectiva ética que considera que los paisajes naturales merecen respeto, cuidado y protección simplemente por existir, por ser portadores de vida, historia evolutiva y belleza.

Más que un paisaje: un legado viviente

La Sierra Gorda en Querétaro, la Barranca de Huentitán en Guadalajara o la Selva Lacandona en Chiapas no sólo son destinos turísticos o reservas biológicas. Son también espacios donde confluyen siglos de evolución ecológica, interacciones simbióticas entre especies y memorias culturales de los pueblos originarios. La belleza escénica de estos entornos no es solo visual, sino también espiritual, cultural y ecológica.

“Cuando protegemos un río no solo estamos protegiendo una fuente de agua; estamos defendiendo una red de vida, una conexión con nuestras raíces y una promesa para futuras generaciones”, afirma la bióloga Andrea Tapia, especialista en ecología del paisaje.

El peligro de reducir la naturaleza a su función

En muchos casos, la tendencia a mercantilizar la naturaleza ha provocado su deterioro. La sobreexplotación turística, la deforestación, los megaproyectos sin evaluación ambiental rigurosa y la contaminación han destruido escenarios naturales de incalculable valor. La idea de que lo que no se puede "aprovechar" no vale, ha sido uno de los grandes errores de la modernidad.

Desde esta perspectiva, el valor intrínseco propone una ruptura con la visión utilitaria y promueve una ética de corresponsabilidad entre seres humanos y naturaleza. No se trata de negar el uso responsable de los recursos, sino de recordar que no todo tiene que ser útil para ser valioso.

La belleza como bien común

La belleza escénica natural es un bien común que afecta nuestro bienestar emocional, psicológico y espiritual. Numerosos estudios han demostrado que la exposición a paisajes naturales reduce el estrés, mejora la salud mental y fortalece el sentido de pertenencia y comunidad. Pero además de sus efectos en la salud humana, estos espacios son esenciales para la estabilidad climática y la conservación de la biodiversidad.

Proteger lo bello no es un acto estético, es un acto político y ético. “Cuando defendemos un bosque, una cascada o una montaña, no solo estamos hablando de conservación; estamos defendiendo el derecho de la vida a seguir existiendo sin ser subordinada al capricho humano”, afirma el filósofo ambiental Diego Lozano.

Hacia una ética del respeto

Revalorar el significado profundo de la belleza natural implica reformular nuestras políticas ambientales, los planes de desarrollo y nuestras formas de relacionarnos con el territorio. Significa reconocer que hay lugares que no deben tocarse, no porque sean útiles, sino porque son sagrados, únicos e irremplazables.

Frente a la crisis ambiental global, reconocer el valor intrínseco de los entornos naturales se vuelve una urgencia moral. Es una invitación a detenernos, observar y preguntarnos: ¿Qué tipo de mundo queremos legar a quienes vendrán después?